EBP Debates #004

 

Los niños en una sociedad medicalizada

Beatriz Udenio

 

Beatriz UdenioLa noción de “medicalización” no se emplea exclusivamente para el universo de la infancia; encuentra, más bien, un uso difundido en los estudios sobre la medicalización de la sociedad. Me interesa partir de allí.

Siempre vuelvo a sorprenderme por los modos contestatarios y creativos que surgieron a fines de los ´60 y, notablemente en los ´70, en el campo de las ciencias humanas y el arte, respondiendo con formulaciones pioneras a aquello que presagiaba “nuestro porvenir de mercados comunes…” (LACAN, 1967)

Foucault fue uno de ellos, y conviene apreciar lo que formuló acerca de la medicina como práctica social y estrategia biopolítica.


Sus desarrollos ilustran cómo se fue instaurando, a partir de fines del siglo XVIII, poco a poco, un control (“policial”) del ejercicio de la medicina y luego el de la salud, la enfermedad, la vida y la muerte de los ciudadanos, que suscitó resistencias y rebelión ante la medicalización políticamente autoritaria, el control médico –sobre los ciudadanos y sobre los mismos médicos- disfrazado de una socialización de la medicina con el fin de preservar la salud y la vida del pueblo.


En sus textos se refería al pasaje de una práctica de la “clínica” médica a una medicina “científica”, brecha que se fue profundizando hasta nuestros días, en que la tecno-ciencia ha acorralado a la medicina empujándola a un ejercicio desmedido del control, bajo la forma de la prevención.

 

Es en este punto donde nos encontramos con los efectos de esta sociedad medicalizada en lo que concierne a los niños. El abuso de la etiqueta de TDHA y del uso de la Ritalina son un ejemplo de ello.

 

Por eso, vuelvo a una fórmula que me propuse trabajar (1) para hacer resonar esto: “Todo niño/a es potencialmente enfermo/a… hasta que se demuestre lo contrario”. Reconocen seguramente esta paráfrasis de una conocida fórmula jurídica sobre la presunción de inocencia o culpabilidad. Hoy en día, se intenta pre-decir  todo aquello que supuestamente podría afectar la salud/dicha infantil, para prevenirlo ¡casi como si hubiera que prevenir un delito!


Así, el conjunto de programas y protocolos que se aplican a los niños pretenden anunciar de antemano lo que la palabra del niño debería decir y, a la vez, ubicarlo dentro de alguna categoría que nombre su concordancia o alejamiento –en más o en menos- de aquello que se espera como “normal” –por ejemplo, su “hiperactividad” o “hipoactividad”.


El punto de partida es la suposición de un posible alejamiento de la norma que, entonces, debe ser prevenido para favorecer una salud esperable.


Por supuesto, allí desembocamos en una evidencia: para lograrlo, todo medio es adecuado. Cualquiera.

La terapéutica medicamentosa entra dentro de este afán de “prevención normalizadora”. Prevención aplicada a un niño o niña, pero también prevención del acto médico –que de tan prevenido, como el deseo de igual denominación, deja afuera el arte que este acto conlleva y, al hacerlo, se doblega ante el control que se ejerce sobre él.


Cuando eso ocurre, poco queda del Juramento hipocrático que, en su versión original, se leía al momento de concluir la carrera médica: “(…) cumplir según mis posibilidades y razón…” – frase que con el correr del tiempo fue transformada en “cumplir con conciencia y dignidad”.
Pasamos del campo de lo posible, donde la razón implica el juicio íntimo del arte de curar, a la conciencia sometida a lo que el sentido común ordena: cuidar y cuidar(se), para no resultar culpable de una práctica que desconozca los avances de la tecno-ciencia quien, tan amablemente, nos ofrece su ayuda para practicar mejor.

 

Demos gracias por ello al Sr. Mercado y la Sra. Ciencia. Y, ¡glup!

 

1. Pueden encontrar un desarrollo sobre esta formulación en el artículo “Hacer de la desdicha buena o mala fortuna”, en A violencia: síntoma social da época, Belo Horizonte, Ed. Scriptum y EBP, 2013.